Mientras el Gobierno descarta un repunte del desempleo, crece la preocupación por el deterioro de la calidad laboral y el avance de la informalidad, en un contexto de incertidumbre económica y presión cambiaria.

El mercado de trabajo atraviesa una etapa de tensiones cruzadas. Por un lado, los datos oficiales no muestran un incremento significativo en el desempleo; por otro, especialistas y empresarios advierten que cada vez más empleos se generan en condiciones precarias, con menor estabilidad y sin beneficios laborales básicos. La informalidad, que ya venía en alza, continúa expandiéndose y afecta tanto a jóvenes como a trabajadores con experiencia.

En el sector privado, el diagnóstico es que la prioridad de las empresas, en tiempos de volatilidad económica, es conservar al personal antes que enfrentar los costos y riesgos de despidos masivos. Sin embargo, esta reticencia a reducir nóminas no significa que la situación laboral sea sólida: el ajuste se traslada a los salarios, la reducción de horas y la contratación sin registrar.

El telón de fondo lo marca un escenario económico frágil, con expectativas de devaluación y caída del consumo. En este contexto, los especialistas advierten que la estabilidad laboral formal se sostiene más por inercia y necesidad empresarial que por un crecimiento genuino del empleo, mientras que la pérdida de calidad en los puestos de trabajo se convierte en una tendencia cada vez más difícil de revertir.