La Casa Rosada reconoció que el salto del dólar oficial llevará a una suba de precios “transitoria”, lo que significa nuevos aumentos en alimentos y productos básicos. La respuesta oficial no son medidas de protección ni controles: el Gobierno apuesta a que “baje el consumo” para que los precios se acomoden solos.
Esta política deja a los hogares más pobres a merced del mercado y empuja a la recesión. Con más legisladores libertarios, el Presidente tendrá vía libre para profundizar un plan económico que recorta derechos, ajusta salarios y debilita la economía de los barrios populares.
Milei se ampara en el cinismo para justificar los efectos del ajuste. Al minimizar el sufrimiento social con frases como “tendría que haber cadáveres”, no solo banaliza la crisis sino que también instala una peligrosa lógica de negación: si no hay muertos en la calle, entonces no hay pobreza. Esa mirada desliga al Estado de cualquier responsabilidad y convierte la crueldad en política pública.
Mientras tanto, los datos de consumo muestran caídas históricas en supermercados, farmacias y combustibles. En los barrios, crecen las ollas populares y las redes de asistencia comunitaria para enfrentar la falta de comida. Lejos de corregir rumbos, el Gobierno celebra ese empobrecimiento como una muestra de disciplina económica.






