El reciente salto en los precios de los alquileres en Buenos Aires golpea duro a las familias jóvenes, profesionales independientes y parejas que aspiraban a un 3 ambientes cómodo. Hoy, con departamentos que cuestan cerca de un millón de pesos mensuales, muchos deben resignar espacio, buscar compañeros de piso o replantear su proyecto de vida.
El aumento motivó que algunos inquilinos opten por barrios periféricos o incluso por zonas del Conurbano, alejándose del centro urbano. Otros prefieren compartir unidades para dividir el gasto o postergar planes de mudanza. Las dificultades económicas y las exigencias del mercado generan un escenario donde lo que antes era una inversión accesible hoy parece un lujo.
Para jóvenes profesionales que trabajan en oficinas céntricas, el traslado diario implica un costo adicional —tiempo, transporte— que muchas veces no compensa el ahorro en alquiler. Para familias pequeñas, la elección ya no es sólo económica sino de calidad de vida: barrios más lejanos, menor acceso a servicios, escuelas o transporte, y rutinas alteradas.
Organizaciones sociales y especialistas en vivienda advierten que esta tendencia puede profundizar la desigualdad habitacional: lo que antes era clase media acomodada hoy queda en el límite del poder adquisitivo. Además, crece la informalidad: contratos acortados, subarriendos, hacinamiento. La vivienda digna empieza a ser un bien al alcance de pocos.
Este contexto obliga a reconfigurar expectativas: reinventar cómo, dónde y con quién se vive. Y pone en evidencia una urgencia: la necesidad de políticas públicas que garanticen alquileres accesibles, desarrollo de vivienda social y regulación del mercado para evitar que los departamentos de precio alto se conviertan en la norma.






